He vivido varios años en esa zona, entre Vía Universitas y paseo Calanda y la conozco palmo a palmo.
No tenía garaje, así que he dado vueltas durante horas por esas calles en forma de laberinto buscando aparcar.
No diré que se ha degradado la.zona porque se enfada mi librera, pero la realidad es que ha acogido mucha inmigración en las dos últimas décadas.
Era una noche cerrada de invierno, una espesa niebla cubría Zaragoza y se apretaba más en esas estrechas calles. Me entró un servicio para recoger en Berenguer de Bardaji y pasé unos segundos antes por el lugar de los hechos. Di la vuelta a la manzana y me quedé en la puerta a esperar a mis clientes, una pareja de latinos.
Con las ventanas arriba del todo y la radio no distinguía si los gritos que escuchaba eran de auxilio o gente cantando. En ese momento salieron mis clientes y se percataron que una chica se acercaba llorando y pidiendo ayuda: le acababan de robar el móvil.
El ladrón había pasado a 3 metros de mi hacia 20 segundos. Una enorme.sensación de impotencia se apoderó de mi, solamente había visto a un tipo con capucha pero no sabía nada más. Ponerme a correr por las calles abandonando el coche tampoco parecía la.mejor idea. Por suerte, mis clientes reaccionaron mejor. Se acercaron a consolar a la chica y a ofrecerle ayuda. Mientras, yo volvía de mi estado de piedra y decidimos acompañar a la chica a la Policía a poner la denuncia. Melisa, así se llamaba la chica, era una estudiante de Erasmus italiana la que le habían robado algo más que el móvil en una noche fría de niebla en las Delicias.