Madrugada del sábado, me entra un servicio a las 4:45 a recoger en la estación de servicio de Repsol en Sobradiel, a nombre de Davinia (ficticio) y su número de móvil. Esos eran todos los datos. Finales de noviembre, una espesa niebla en Zaragoza que no veías a 10 metros.
Entendí que era la Repsol de la carretera de Logroño, pasado Sobradiel. No estoy seguro si pertenece a Torres o a Pinseque. Llegué y no veía a nadie, todo cerrado. Paro al lado de los surtidores y llamo.
- En un minuto llego, me dice.
Esto ya empieza a oler mal para mí. Pasan 5 minutos y al ver que no llegaba nadie llamo de nuevo. Entre que no hablaba bien el español y que tampoco se orientaba bien, la chica me pasa con el camionero para hablar con él.
- Estamos en la Repsol de la autopista en dirección Zaragoza.
La cosa se ponía mal. Al final, sigo haciendo amigos: señorita por la noche y en camión es como blanco y en botella, solo que el que iba como eso por rastrojo, de gasolinera en gasolinera, era yo. Un saludo a los compañeros de la quinta rueda.
Ya en la gasolinera de Repsol de la autopista, me sitúo entre la espesa niebla en una zona visible desde el restaurante y la gasolinera. Llamo de nuevo:
- Estoy entre la gasolinera y el restaurante,
- Estoy viendo ahora mismo un camión de Bidasoa que pasa delante mía.
- Pues no lo veo, aquí pone Petronor, es que...no sé, no sé y ahora se ha ido el camionero este, espera que te paso con el camarero me dice.
El taxímetro se calentaba a la misma velocidad que mi cabreo. Efectivamente estaba en la otra dirección.
Estuvimos discutiendo por teléfono un rato con el resultado final que yo no había recogido y que ella no se negaba a pagar lo que marcaba hasta entonces, pero la discusión terminó y yo me volvía de vacío a Zaragoza.
La mayoría de las veces, estos casos terminan mal para nosotros, el cliente desaparece, no vuelve a contestar al teléfono, no recogemos y perdemos tiempo y dinero. Por suerte, ella volvió a llamar.
- Oye que ya que te debo una carrera ven a buscarme y te pago las dos y me llevas a casa.
De perdidos al río, pensé. Tenía que dar la vuelta llegando ya a Zaragoza y así lo hice. Por fin, la encontré.
Pasamos el peaje y paro en Alagón. Estás situaciones me gusta plantearlas como un win-win. Es decir, plantear un escenario en el que todos salimos ganando. Está feo hablar de dinero, pero tengo un compromiso con la verdad. La primera carrera subía a 60 euros. La segunda ya marcaba 47. Había que sumar el importe de los peajes más lo que subiera desde la placa de retorno hasta Torrero.
Le expliqué la situación y le dije: me voy a portar bien con usted, o me da 100 euros o le dejo aquí. A lo que accedió sin poner ningún inconveniente. Obviamente, no la iba a dejar ahí, pero me jugué un órdago a la juego y me salió.
De vuelta la escuchaba hablar por teléfono con una amiga y me dio bastante pena la chica. Al parecer había tenido alguna desavenencia con el camionero y, además de decirme mal la dirección, la había dejado tirada.
No somos una ONG pero si te quedas tirada en mitad de la niebla en medio de la noche: confía en el taxi.