lunes, 9 de junio de 2025

He venido a hablar de mi libro

¡Siga a ese taxi! Es una frase molona que usa una campaña de publicidad del taxi en Zaragoza. Pero he venido a hablar de mi libro, o mañana estaré firmando libros en la feria, es de otro nivel. 

Eso es precisamente, lo que tuve la oportunidad de hacer el pasado domingo. Gracias a la Asociación Aragonesa de Escritores por la oportunidad. Fue un placer conocer y poder hablar con lectores y con otros autores aragoneses.  Mismas inquietudes y distintos modos de afrontarlas. 

Siempre es enriquecedor cambiar puntos de vista. Una experiencia inolvidable con la que pongo el broche final a la promoción del libro. Hasta aquí ha llegado.

La verdad que ha superado con creces mis expectativas, que no eran muchas al principio, pero enseguida se interesó en venderlo la Librería General o "La tienda de al lado" de Rosales del canal. A parte de estar disponible en todas las librerías digitales. Un día tuve la idea de ponerlo en la parte trasera del asiento del copiloto, y la verdad que llamó la atención. Hay quien lo lee, quién pregunta e incluso quien lo compra.

Todavía guardo algún ejemplar que tengo comprometido, pero aquí termina una etapa y puede que empiece otra. Ya amenazo con nuevas ideas y proyectos. Ahora ya me sé el camino: sólo me faltan otros 15 años tan intensos.




martes, 6 de mayo de 2025

El cojo del simpa



Me da un poco de cosa contar esta historia, pero viene a cuento por un detalle. Os pongo en antecedentes. Por suerte puedo contar con los dedos de una mano los simpas que he sufrido, pero ese día el que se fue sin pagar era un cojo. 

Los  había cogido en una whiskería de la avenida Madrid a las 5 de la mañana. Iba el cojo acompañado por un hombre de raza negra y me pidieron que los llevara a una discoteca de africanos que hay en la calle La Salina. 


Al principio muy majos, gracias por parar y todo eso, pero luego cambió el ceño y empezó a meterse conmigo por todo. No recuerdo los detalles, pero tras una discusión salió sin pagar. Decía que al ser minusválido tenía derecho a transporte gratis. Salí del coche para intentar retenerlo pero lo único que saqué fue un intercambio de insultos. Si lo tocaba y se caía, aparte de que se me iban a echar encima todos los amigos que tuvieran en la discoteca, si tenía lesiones y en la caída se lastimaba me podía buscar problemas. Pensé que el coste no me rentaba. Hay veces que lo correcto choca con lo adecuado, y lo adecuado con lo conveniente. Era una carrera corta, 6 euros. Montar follón y perder dos horas para recuperar 6 euros era lo correcto, pero me salía más a cuenta perderlo de vista. 

Hacer un simpa es un delito y las multas van de 1.000 a 2.000 euros. Hacerlos no siempre sale bien, y nos conviene denunciarlos, sobretodo para que no se produzcan más. El tipo era un indeseable, una de esas personas que esperas no volver a cruzarte en tu vida. 

El caso es que en otra carrera llevaba de pasajeros a una pareja de Nicaragüenses que iban hablando de un asesinato ocurrido en el Bar de la hermana de uno de ellos. El Bar Imperio, en la calle San Rafael. Por lo visto mantenía una deuda de 20 euros con el asesino. El asesino era un cojo que huyó corriendo, si, corriendo, a un bar cercano para despistar a la policía (lo grabó una vecina desde el balcón) y cuya descripción coincidía exactamente con la del cojo de mi simpa.

Una sola puñalada, pero certera, letal, acabó con su vida.

-  ¿Lo he matado? - Preguntaba el asesino del simpa mientras era detenido - porque si no vuelvo y lo remato.

viernes, 18 de abril de 2025

Un martes, a las 5 de la tarde


Un amigo me comentó un día, acerca de este blog, que casi todo lo que escribo sucede las noches del fin de semana. Y tiene razón. Pero juro que esta historia, por extraño que parezca, ocurrió un martes a las 5 de la tarde.

El caso es que cogí a un borracho en el Paseo María Agustín, a la altura de la parada de las antiguas cocheras de Ágreda. Caminaba haciendo algún traspiés por la acera, en un principio pensé que era por viejo, no por borracho. 

Me comentó que había sacado premio en la tragaperras y que llevaba tres pacharanes encima... a mí, que me gusta darles cuerda a los borrachos le comenté: 

- Hombre y las cervezas de antes de comer...y el vino comiendo, y algún carajillo, y algún chupito...

El hombre iba confirmando cada vez que añadía alguna bebida a la lista. Además le he pillado porros de dos clases a un moro y he estado con una casquivana...ya se vino demasiado arriba. 

Íbamos a la calle Conde Aranda, estaba cortada la avenida César Augusto por una obras y tuve que bajar por la calle Ramón y Cajal. Lo que me terminó de descolocar fue cuando me dijo que iba a comprar unas zapatillas que le dejaban por 30 euros y valían 60 en el Decathlon. 

En estás que, estando parado en el semáforo de Conde Aranda, había una mujer en la esquina haciéndome gestos. Yo estaba pensando en para qué querría las zapatillas el hombre pero a la vez, temiendo  de preguntarle para no oírme otra majadería, no había entendido los gestos de la mujer y bajé la ventanilla para escucharla. Se acercó echándose los dedos a la boca y pidiendo un cigarro. No respondía al estándar de mujeres que fuman en las esquinas de Conde Aranda. No fumo, le dije queriendo quitármela de encima, cuando el borracho contesto apresurado, sí  ¡toma! 

No tuve otro remedio que pasarle el cigarrillo. Entonces siguió pidiendo. ¿Me das un euro? ¿O euro y medio? ¿Para un café? 

Y el otro se echa la mano al bolsillo y le dice que ¡sí! En estás que un bocinazo del coche de atrás me devuelve a la realidad. ¿En qué momento, el trabajo me había colocado, un martes por la tarde, entre un viejo verde borracho y una fulana?

Hice el amago de arrancar y conseguí que se apartara un palmo. Cuidado que me puedes atropellar, me dijo. Momento en el que aproveché para arrancar y dejarla jurando y sin propina.

Le contaré a mí amigo que Zaragoza, también es la ciudad que nunca duerme. Incluso un martes a las 5 de la tarde.

miércoles, 4 de diciembre de 2024

Perdida en la niebla


Madrugada del sábado, me entra un servicio a las 4:45 a recoger en la estación de servicio de Repsol en Sobradiel, a nombre de Davinia (ficticio) y su número de móvil. Esos eran todos los datos. Finales de noviembre, una espesa niebla en Zaragoza que no veías a 10 metros. 

Entendí que era la Repsol de la carretera de Logroño, pasado Sobradiel. No estoy seguro si pertenece a Torres o a Pinseque. Llegué y no veía a nadie, todo cerrado. Paro al lado de los surtidores y llamo. 

- En un minuto llego, me dice. 

Esto ya empieza a oler mal para mí. Pasan 5 minutos y al ver que no llegaba nadie llamo de nuevo. Entre que no hablaba bien el  español y que tampoco se orientaba bien, la chica me pasa con el camionero para hablar con él. 

- Estamos en la Repsol de la autopista en dirección Zaragoza.

La cosa se ponía mal. Al final, sigo haciendo amigos: señorita por la noche y en camión es como blanco y en botella, solo que el que iba como eso por rastrojo, de gasolinera en gasolinera, era yo. Un saludo a los compañeros de la quinta rueda.

Ya en la gasolinera de Repsol de la autopista, me sitúo entre la espesa niebla en una zona visible desde el restaurante y la gasolinera. Llamo de nuevo:

- Estoy entre la gasolinera y el restaurante. Estoy viendo ahora mismo un camión de Bidasoa que pasa delante mía.

- Pues no lo veo, aquí pone Petronor, es que...no sé,  no sé y ahora se ha ido el camionero este, espera que te paso con el camarero me dice.

El taxímetro se calentaba a la misma velocidad que mi cabreo. Efectivamente estaba en la otra dirección.

Estuvimos discutiendo por teléfono un rato con el resultado final que yo no había recogido y que ella no se negaba a pagar lo que marcaba hasta entonces, pero la discusión terminó y yo me volvía de vacío a Zaragoza. 

La mayoría de las veces, estos casos terminan mal para nosotros, el cliente desaparece, no vuelve a contestar al teléfono, no recogemos y perdemos tiempo y dinero. Por suerte, ella volvió a llamar. 

- Oye que ya que te debo una carrera ven a buscarme y te pago las dos y me llevas a casa. 

De perdidos al río, pensé. Tenía que dar la vuelta llegando ya a Zaragoza y así lo hice. Por fin, la encontré.

Pasamos el peaje y paro en Alagón. Estás situaciones me gusta plantearlas como un win-win. Es decir, plantear un escenario en el que todos salimos ganando. Está feo hablar de dinero, pero tengo un compromiso con la verdad. La primera carrera subía a 60 euros. La segunda ya marcaba 47. Había que sumar el importe de los peajes más lo que subiera desde la placa de retorno hasta Torrero.

Le expliqué la situación y le dije: me voy a portar bien con usted, o me da 100 euros o le dejo aquí. A lo que accedió sin poner ningún inconveniente. Obviamente, no la iba a dejar ahí, pero me jugué un órdago a la juego y me salió. 

De vuelta la escuchaba hablar por teléfono con una amiga y me dio bastante pena la chica. Al parecer había tenido alguna desavenencia con el camionero y, además de decirme mal la dirección, la había dejado tirada.

No somos una ONG pero si te quedas tirada en mitad de la niebla en medio de la noche: confía en el taxi.

domingo, 1 de diciembre de 2024

Objetos perdidos



Zaragoza se está convirtiendo desde hace tiempo en un referente en cuanto a la celebración de despedidas de soltero/a. Me comentaban las clientas que se lo habían pasado en grande, pese a que, por la lluvia de todo el finde, habían tenido que cambiar de planes sobre las marcha, y en lugar de una gincana por la ciudad, la empresa les había organizado una especie de guerra de láser o algo así. 500 euros llevaban gastados en taxis me comentaba María, obviamente no iba en las mejores condiciones para echar cálculos de ese tipo.

Las había recogido en la puerta de La Casa del Loco a las 6 de la mañana. La calle estaba a reventar, mi coche abierto de par en par mientras decidían quién de las 10 o 12 madrileñas que iban se subía. La del megáfono gritándome en la oreja, gente apoyada en el coche ofreciéndome cosas, en fin, una liada. 

Cuando por fin entraron todas en el coche, un amable borracho se encargó de abrirme paso entre la multitud. Oasis, Pereza y Extremoduro sonaban en la lista de reproducción. Yo, que extraño la juerga, subía el volumen en cada canción. Se las cantaron todas. Un fin de fiesta perfecto si no fuera por un detalle: se habían dejado una chaqueta.

Al momento me llamó la central, las chavalas le habían pedido mi número personal para devolver la chaqueta. A los minutos me llamó María. Le comenté que iba alquilado a Rosales del Canal y me costaría media hora llevársela y que, lógicamente, tendría que abonarme la carrera, a lo que me contestó totalmente fuera de sí que tenía 4 horas para dejarla en objetos perdidos o me denunciaba.

Tenemos tres días para devolver lo que se dejan en el taxi y el fin de semana la oficina de objetos perdidos está cerrada, así que su amenaza no tenía ningún fundamento. Siempre lo exagerado resulta insignificante. 

Pensé que me llamarían por la tarde, ya más tranquilas para llevarlas al AVE para ir a Madrid y así recuperar la chaqueta, así que decidí llevar la chaqueta en el coche toda tarde. 

A las 5 de la tarde me pasan un servicio para la Bodega de Chema, cocina aragonesa y clientes habituales. A nombre de María. Algo me daba al hocico. Me voy acercando y veo un grupo de 10 o 12 tías.  No puede ser tanta casualidad, aparco en la puerta y se acerca María, un tanto avergonzada y pregunta: ¿mi chaqueta?

sábado, 21 de septiembre de 2024

Berenguer de Bardaji

He vivido varios años en esa zona, entre Vía Universitas y paseo Calanda y la conozco palmo a palmo. 

No tenía garaje, así que he dado vueltas durante horas por esas calles en forma de laberinto buscando aparcar. 

No diré que se ha degradado la.zona porque se enfada mi librera, pero la realidad es que ha acogido mucha inmigración en las dos últimas décadas.


Era una noche cerrada de invierno, una espesa niebla cubría Zaragoza y se apretaba más en esas estrechas calles. Me entró un servicio para recoger en Berenguer de Bardaji y pasé unos segundos antes por el lugar de los hechos. Di la vuelta a la manzana y me quedé en la puerta a esperar a mis clientes, una pareja de latinos. 

Con las ventanas arriba del todo y la radio no distinguía si los gritos que escuchaba eran de auxilio o gente cantando. En ese momento salieron mis clientes y se percataron que una chica se acercaba llorando y pidiendo ayuda: le acababan de robar el móvil.

El ladrón había pasado a 3 metros de mi hacia 20 segundos. Una enorme.sensación de impotencia se apoderó de mi, solamente había visto a un tipo con capucha pero no sabía nada más. Ponerme a correr por las calles abandonando el coche tampoco parecía la.mejor idea. Por suerte, mis clientes reaccionaron mejor. Se acercaron a consolar a la chica y a ofrecerle ayuda. Mientras, yo volvía de mi estado de piedra y decidimos acompañar a la chica a la Policía a poner la denuncia. Melisa, así se llamaba la chica, era una estudiante de Erasmus italiana la que le habían robado algo más que el móvil en una noche fría de niebla en las Delicias.

 


 

domingo, 30 de junio de 2024

Macarena

¡Macarena...Macarena! No sé cómo sería el comienzo de esta historia.

El sostenía como podía, casi sin tocar a Macarena, para evitar que besara el suelo, lo único que le faltaba por besar esa noche, antes de pararme en una calle del casco.

- ¿A donde vamos Macarena? Le preguntó al entrar al taxi.

Hablaba despacio y bajito, tenía pinta de informático, perilla, gafas de pasta y camisa de cuadros abierta con camiseta debajo. Es el héroe de principios de siglo XXI.

Macarena llevaba un ciego como pocas veces he visto. Se había quedado sola en la discoteca y estaba pasando de brazos en brazos hasta que se percató de la situación el informático, que sería la única persona cuerda que había en la sala. 

No me imagino la escena en la que entra un friki tímido consigue quitarles la presa fácil a tiburones babosos. El caso es que los tenía en el taxi. 

- A Punta Cana, contestó Macarena. Punta Cana en un restaurante de comida caribeña donde terminan la noche los latinos de la ciudad, almorzando comida latina como frijoles, arepas y otras cosas. No era sitio para Macarena y menos para nuestro héroe. Le advertí de esta circunstancia al chico mientras le decía te quiero...te quiero llevar a casa Macarena. Yo también te quiero gilipollas, pero llévame a almorzar - espetaba ella. 

Mientras intentaba sacarle donde vivía, Take That, una boy band británica de los 90'  sonaba en la radio, su reacción delató su edad, pasaba los 40. Su vestimenta juvenil y su maquillaje no conseguían tapar sus incipientes patas de gallo. Mientras tanto él, tímido y lánguido, pero con una integridad de hierro no desistía en su empeño de dejarla sana y salva en casa. 

Por suerte para el chico, al llegar al sitio estaba cerrado, eran las 6 menos cuarto y abría a las 6. El restaurante está en la calle Lastanosa, una zona del barrio de Delicias que se ha convertido en una especie de gueto, donde prácticamente sólo hay bares latinos y africanos y es muy difícil ver a gente de otras etnias entrar en esos locales.

Finalmente dejamos a Macarena en su portal, en el tercero que nos dijo, en una calle nueva que hay al lado de la estación Delicias. La paciencia del chico tenía un límite, se cansó de aguantar los insultos y envites de Macarena y no quiso entrar en su vida, sólo la salvó una noche.