lunes, 15 de julio de 2019

Taxista bombero

Taxista bombero
Imagen de Freepik

Salía de la iglesia de Montecanal,  de concretar la fecha del bautizo de Ángel, mi segundo hijo, cuando me paré en la acera para dejar pasar a un coche que venía…¡¡en llamas!!

Me llamó la atención de lejos. Algo brillaba en los bajos. De cerca se veía algo increíble: toda la parte de los bajos del motor estaba en llamas.

El fuego iba de rueda a rueda y hasta el suelo. Eso iba a quemar manguitos, un depósito de gasolina…mejor no imaginar.

Bajé a la calzada para hacer aspavientos y decirles que pararan:
- ¡¡Se está quemando!! ¡¡Está en llamas!! -  les gritaba.

Bajó la mujer, que iba de copiloto y comentó, sin darle mucha importancia

- ... Bueno ¿y qué hacemos? ¿llamamos a los bomberos?

Ahí me empecé a poner nervioso. Mínimo tardarían 15 minutos, y en 15 minutos del coche quedaría  solo el chasis.

Advertí al resto de los ocupantes del coche que salieran para estar más seguros.
El marido parecía tener secuelas de un ictus o algo así, ya que no tenía facilidad de movimiento, los críos, dos de unos 15 años no se despegaron ni un segundo de la pantalla del móvil.

Entendí que ese fuego lo tenía que apagar yo. Justo enfrente hay un  restaurante, una arrocería moderna, que lo mismo puedes comer ahí, que llevarlo a casa.

Entré echando voces:

- ¡Qué cojo el extintor que hay un coche en llamas!
- Sí, sí, por supuesto - me acompañó uno de los camareros.

Finales de junio, 43 grados en una tarde en plena ola de calor en Zaragoza, acercarse a las llamas sería abrasarse. El marido había abierto el capó que, aunque me venía mejor para apagarlo, había avivado las llamas que ya asomaban por arriba.

Nunca había usado un extintor, pero están bien pensados y resultó fácil: tirar de la anilla, dos chufletazos por arriba y dos por abajo y descargué el extintor, una nube de polvo y el fuego estaba apagado.

Me quedé bastante frío porque parecía que el único que estaba preocupado era yo. Los críos seguían con el móvil, el marido sin reaccionar, a la mujer ya no la vi y los pijos del bar ahí de mirones.

Cogí el coche y seguí ruta (continué trabajando en el argot taxista) en la primera rotonda me levantan la mano: ¡anda el taxista bombero!

Al rato regresé al lugar donde había sucedido el siniestro, y la grúa se estaba llevando el coche.

Resultó que la lona de los bajos del motor se había soltado y con el roce del asfalto y el calor que hacía, prendió y fue la causa de que el coche ardiese.