domingo, 14 de diciembre de 2025

Palabras para Julia



La nuestra debería ser considerada como una profesión de riesgo. Concretamente de riesgo de encontrarte con situaciones surrealistas, esdrújulas, variopintas. 

Si hay un momento propicio para encontrarte con estás situaciones, más incluso que la noche del sábado, es la mañana del domingo. 

Noviembre, 11 de la mañana, el invierno avisa que llegará pronto en una mañana fresca y húmeda. Me entra un servicio para recoger en la calle Bolonia. Necesitan dos taxis. Estaba algo apartado. Al llegar veo que un taxi y un coche particular arrancan de la puerta donde había que recoger, así que paro en la misma puerta. Tardo unos minutos en analizar lo que estaba pasando. En el patio había cuatro o cinco agentes de la policía local, uno de ellos en la puerta impidiendo la salida. El patio era pequeño, como de tres por tres y ahí se acumulaban unas 15 personas.

A dos metros del portal,  unos señores con cara de entre concentración y preocupación. Al otro lado de la calle, en la acera, 3 o 4 latinos con poca ropa y cara descolocada, hablando con el resto de la cuadrilla que estaban siendo cacheados o identificados por la policía en el patio. 

"Tú no puedes salir porque te hemos pillado con sustancias ilegales", le comentaba uno de los agentes a una chica. 

Yo, lo único que quería era recoger a mis clientes y marcharme, pero ninguno de los que estaban en la escena se me había presentado como cliente y el otro taxi ya había salido. 

Decidí usar el botón de contactar con el cliente y enseguida, de entre la marabunta, sale Alejandro, con lo que parecía una especie de mesa camilla portátil. 

Alejandro parecía el más sereno y espabilado de todos, - espera que falta alguno y nos vamos-, me dice.

Vale, por fin tenía identificados a los clientes, por un lado me tranquilizaba y por otro todo lo contrario. 

Empecé a entender la situación. Los jóvenes, colombianos de entre 25 y 30 años habían hecho una fiesta/bacanal durante toda la noche. Sexo, drogas y reguetón. Los vecinos, por más intentos de que bajaran el volumen durante toda la noche con repetidos picazos al portal, llamaron a la policía, y ésta se presentó con los funcionarios de Justicia, (las personas con semblante serio que estaban en la acera, junto a los vecinos denunciantes),  para poder acceder a la vivienda con la orden judicial y poder detener la fiesta.

Es éstas que se acercan dos personas de frente por la acera. Uno era el compañero taxista que no había recogido. Se había apartado para no impedir el paso. El otro era Emilio Larraz, hacía unas semanas había entrenado al Real Zaragoza, en ese momento se iba a entrenar al Deportivo Aragón. 

En 25 años que llevo en Zaragoza es la primera vez que veo a un entrenador del Zaragoza por la calle, vale que estemos en horas bajas, pero pasó totalmente desapercibido para el resto de la gente. Lo cual le añadía más surrealismo a la historia. Al compañero taxista le advertí que se tenía que llevar a las señoritas.

Se quedó perplejo, balbuceante, no sé si al final cargaría. Yo me fui con los chavales. Me tomaron como confidente de todas sus fechorías, controlaban una página de citas de Zaragoza entre otras cosas. Me pidieron que pusiera reguetón para seguir la fiesta. Para éstas ocasiones tengo preparada una lista de reproducción que empieza con "Palabras para Julia" de Los Suaves, poesía de barrio con potentes guitarras, ideal para despejar la cabeza de tonterías, recomiendo escuchar a todo volumen. Se me hace muy difícil respetar al que no se respeta ni a sí mismo, ni a los demás.